Los abuelos son esas personas entrañables que regalan cariño, acceden a nuestros caprichos y nos miran con complicidad mientras los padres luchan en su papel de educar.
No conocí a mis abuelos paternos, mi padre y sus hermanos quedaron huérfanos muy pronto, sin embargo adopté como propios los abuelos de mis primos.
Uno de ellos falleció poco después que mi padre pero guardo un recuerdo de inmenso cariño, de un hombre inteligente y afable que nos acogió como nietos propios.
Del otro guardo los muchos momentos que pasé con él, vacaciones, fines de semana, etc., mi hermano y yo éramos dos nietos más y nos regaló cariño y atención. Era un hombre integro, amante de su familia y trabajador aun estando jubilado.
Se nos fue poco antes de que naciera mi hija y dejó un vacío imposible de llenar.
Uno de sus hijos se casó con la hermana mediana de mi madre, pero no fue eso lo que le convirtió en mi tío, lo hizo su amor por nosotros. Es lo más parecido a un padre que he tenido, siempre ha estado y aun está cuando le necesitamos.
A los abuelos maternos si los conocí ... desgraciadamente.
Ella era una mujer absorbida por la devoción a su hombre, criticona hasta provocar enfrentamientos entre sus propias hijas, hermética sobre su vida y temerosa de que se conociera.
Él ... él estaba ahí, siempre en pijama y sentado frente al televisor, sólo se levantaba para irse a la cama o para ir al baño. Era un hombre vago que obligo a que sus hijas trabajaran para poder vivir del cuento.
Cuando mis tías se casaron mi madre no tuvo más remedio que recurrir a sus padres para que nos cuidaran los fines de semana. Ella entonces trabajaba los sábados así es que los viernes por la tarde nos llevaba a casa de los abuelos y nos recogía el domingo por la mañana.
Ella nunca supo, ni siquiera imagina lo que allí pasaba.
Los sábados mi abuela se iba a la compra y nos dejaba con él. Yo tendría cinco o seis años y esos momentos en que estábamos a solas él los aprovechaba para tocarme y abusar de mi.
No recuerdo cuanto duró, ni siquiera sé si alguna vez hice algún comentario al respecto desde mi visión infantil a mi abuela y se tomó como tal, no lo sé, por qué estoy segura de que si mi madre hubiera sabido algo habría puesto punto y final a la situación y la hubiera denunciado.
Estos recuerdos han estado siempre ahí, agazapados esperando el momento para hacer daño. Como ocurrió poco después de casarme, que me asaltaron sin previo aviso haciéndome sentir sucia cada vez que mi marido se acercaba. Se lo conté porque tenia que hacerlo, porque no quería perderle y necesitaba ayuda. Él me entendió, siguió a mi lado y los malos recuerdos volvieron a esconderse.
Hasta que llegó la depresión y salieron de nuevo y esta vez sin intención de irse. La terapeuta ahonda en ellos y me pregunta como me sentía ¡y yo que sé, solo era una niña! entonces no había tanta información como hay hoy, ni siquiera la televisión o los periódicos hablaban de estos casos. No sé lo que pensaba en esos momentos, ni sé lo que sentía, no lo sé.
Sé que no lloré cuando murió, que nunca le tuve cariño, que el recuerdo de su olor me produce arcadas, que no soporto el olor a tabaco en el cuarto de baño por que él fumaba mientras se afeitaba, que los hombres mayores con algún parecido a él me repugnan y lo siento porque ellos no tienen culpa.
Cuarenta años sin enfrentarme a estos recuerdos son muchos años y averiguar hasta que punto afectaron a mi personalidad está siendo muy penoso.
Ya he asumido que no tengo nada que perdonarme porque no hice nada malo y sé que soy yo la víctima.
Ahora sólo queda aprender a vivir con ello sin que duela y poder hablar de ello sólo como un mal recuerdo.
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