En tantos años trabajando en la misma empresa he tenido la oportunidad de pasar por varios centros y departamentos. En ese sentido reconozco que soy muy afortunada.
Necesito estar constantemente aprendiendo y en cuanto me aburría a causa de la rutina o porque el puesto no daba para más, me presentaba en RR. HH. y tras el repetido ¿Otra vez? Y una sonrisa cómplice con la que me mostraba su apoyo, llegaba un nuevo cambio.
Uno de los departamentos en los que he estado durante algún tiempo ha sido la centralita.
En ella aprendí casi todo sobre la empresa para la que trabajo, el organigrama, quien es quien, etc. y todo esto me ha servido de mucho a lo largo de estos años, aunque reconozco que lo de estar entre cuatro paredes no es lo mío.
Hace unos años me tocó estar en una centralita en la que mi cometido era ponerla en marcha y enseñar a dos compañeras que no habían estado nunca en este puesto.
Estábamos en un sótano, junto al Servicio Médico y la Dirección. La planta se había quedado anticuada y necesitaba una buena remodelación, tanta, que las obras empezaron inmediatamente. De repente un día desaparecieron todos y nos quedamos solas entre aquellas cuatro paredes que eran simples paneles de contrachapado. Y empezaron a llegar las maquinas y los trabajadores que se iban a ocupar de las obras.
¿Os imagináis lo que es intentar atender una llamada mientras está funcionando un martillo hidráulico, la soldadora, la sierra eléctrica o la recogida de escombros? ¡Es imposible! Creo que nos dejábamos llevar por la mera intuición.
Era verano, no había aire pero si un montón de polvo más la humedad del cemento ¡Genial! ¿No? Yo llegaba a casa y lo primero que hacía era meterme en la ducha para quitarme toda aquella suciedad. Menos mal que los trabajadores de la obra nos trataban lo mejor que podían los pobres.
- ¿Como vais? ¿Necesitáis agua?
Porque ¡Claro! hasta sin agua nos quedamos.
Aquella remodelación iba avanzando, ya había suelo, paredes, techos, luz, ... Pero todo fuera de nuestras cuatro paredes. Hasta que un día, en el que estaba yo sola porque mis compañeras entraban más tarde, tiraron los cuatro paneles y empezaron a poner ladrillos. ¡Bien! esto se acerca al final, o eso pensaba yo.
En un momento en el que pude observar como iban avanzando aquellas paredes ¡Me di cuenta de que no había puerta!
Con el albañil:
- ¡Eh! Para un momento ¿Donde va la puerta?
- Pues .... No lo sé ...
- ¿Como que no lo sabes? ¡Tiene que haber una puerta!
- Tienes razón ... Llama al jefe de la obra y lo vemos.
- ¡Ahora mismo! ¡Y tú no pongas ni un ladrillo más!
Con el jefe de la obra:
- ¿Qué? ¡Estarás contenta! ¿No? Hoy mismo dejamos terminadas las paredes y estaréis mucho más cómodas.
- ¿Contenta? ¡Haz el favor de mirar bien! ¿No notas nada raro?
- Pues ... no ... ¿Qué es lo que tengo que ver?
- ¡Que no hay puerta! ¿Como se supone que vamos a salir?
- ... ¿? ... Ehhhh ... ¿? ¡Voy a llamar a la arquitecto y a traer los planos!
- ¡Eso! Trae los planos, llámala y ¡Qué venga!
Con la arquitecto:
- Hola
- ¡Hola!
- Pues, efectivamente ha habido un error.
- ¡Vamos a ver! ¿Como qué un error? ¿Me quieres decir qué el que no haya una puerta prevista en una habitación es ... sólo un error?
- Todos nos equivocamos ...
- ¡Por supuesto! Pero si no me doy cuenta de ese ERROR ¡Me enterráis viva!
- ¡Hombre! No exageres.
- ¿Qué no exagere? ... Mira, vamos a dejarlo ¿Donde va la puerta?
- Pues ... la verdad es que no se donde ponerla ...
- ¿Qué no sabes donde queee? ¡Que tú eres la arquitecta!
- Ya, ya lo sé ... ¿Donde crees que deberíamos ponerla?
A partir de aquí la conversación desvarió completamente. Evidentemente se colocó la puerta, además, en el sitio lógico para ponerla.
Un año después estaba en otra centralita con el mismo cometido y de nuevo ¡Con obras previstas! Sólo pude decir ¡¡¡SOCORRO!!!
A mi querida Mabel, con la que comparto estos y otros recuerdos