04 junio 2014

Un coche diferente

El 600 de la familia

No me preguntéis la matricula de mi coche porque no me la sé, pero ni del que tengo ahora ni la de los anteriores y por supuesto la del coche de mi chico no tengo ni idea. Pero la matricula del primer coche que tuvo mi madre y nos acompaño durante muchos años si la recuerdo y no creo que la olvide.

Cuando tenia once años nos mudamos de casa. Hasta ese momento vivíamos al ladito de El Retiro, pero el piso era de alquiler por eso mi madre decidió meterse en una hipoteca y tener una casa que fuera suya el día de mañana.
Y lo logró, a día de hoy es SU casa y lo ha conseguido ella sola sin ayuda de nadie.

Pero nos fuimos a vivir a uno de los barrios que el Instituto Nacional de la Vivienda (INV) construía en aquel momento.
Ahora es un barrio relativamente céntrico y con excelentes comunicaciones, pero entonces ... ¡parecía que nos habíamos mudado a kilómetros de Madrid! Acostumbrados a ir andando a todos los sitios ahora de repente dependíamos del único autobús que llegaba hasta allí.
Pero mi madre lo tenía todo previsto, ya tenía carnet de conducir, había aprobado ¡a la primera! y ahora sólo faltaba comprar un coche.
El elegido fue un precioso, simpático y utilísimo Seat 600 de color amarillo canario.

Con él hicimos un montón de viajes y siempre se portó genial, nunca se estropeó ni falló, nada de nada, incluso en los inviernos más duros y con intensas nevadas aquel coche arrancaba a la primera mientras que los dueños de auténticos cochazos nos miraban entre alucinados y desesperados cuando nosotros iniciábamos la marcha y ellos se quedaban tirados, claro que en la cara de mi madre y en la mía se dibujaba una sonrisilla de satisfacción que nos duraba todo el día. Tenéis que entender que hablamos de los setenta, mujer al volante y sin problemas ¡no era fácil!

Los domingos llevábamos a mi hermano a la Estación de Autobuses para su vuelta al colegio (era un internado pero venia los fines de semana a casa). Cuando nos despedíamos y regresábamos a casa ya era de noche y, durante un tiempo, según íbamos por el Pº de la Castellana se pinchaba alguna rueda y teníamos que parar.
Era salir mi madre del coche y frenar en seco varios voluntarios dispuestos a auxiliar a tan bella dama (ya os he comentado en alguna ocasión que mi madre ha sido y es preciosa de ahí tanto interés en ayudarla). Por supuesto cambiaban la rueda pinchada y se llevaban un 'muchísimas gracias' de recuerdo porque mi madre se metía en el coche rápidamente roja como un tomate y se despedía con una gran sonrisa. No hace falta que os diga que no ha cambiado una rueda en su vida.

Una mañana mientras íbamos al dentista, un Renault 7 blanco tenía tanta prisa que se salto la doble linea continua para adelantar en plena c/ Padre Damián obligando a mi madre a dar un volantazo con tan mala suerte que pisamos una placa de hielo y el coche empezó a patinar hasta que terminamos en el carril contrario empotrados contra un Dodge militar que esperaba a un alto mando. Las dos salimos despedidas por la misma puerta, la del piloto. No nos pasó nada grave, únicamente mi madre se rompió el menisco de una rodilla, pero para lo que podía haber pasado eso no fue nada.
El chofer militar no daba crédito a como había quedado el Dodge, sólo decía ¿y como digo yo en el taller que esto lo ha hecho un 600? El pobre, que se portó genial y fue el primero que nos ayudó, sólo quería aligerar la tensión e intentar calmar el susto (histeria) de las dos.
¿El del Renault 7? salió huyendo el muy cobarde.

El caso es que a nuestro querido coche tuvieron que quitarle todo el morro y como no encontraron ninguno del color original hubo que pintarlo entero y ¿qué color decidió mi madre? ¡ROJO! pero no el rojo Seat 600, no, ¡rojo rojo! Era el único 600 de ese color en todo Madrid, y eso resultó de mucha ayuda las dos veces que nos lo robaron porque la policía lo encontró el mismo día que nos lo quitaron.
También un invierno alguien lo abría y dormía en él, pero cuando nosotras llegábamos ya no estaba y nunca faltó nada del coche.

A pesar del color que lo hacia claramente visible y reconocible, el despiste de mi madre conseguía 'perderlo', ya podía ser el parking más pequeño del mundo, mi madre nunca lo encontraba.

- Nos han robado el coche
- Mamá ¿otra vez? piensa bien, intenta acordarte donde lo dejaste
- Que no, que nos lo han robado ¿como no voy a saber donde lo he aparcado hija?

Y según pronunciaba esta frase el coche aparecía y las dos nos reíamos.

¿Se puede querer a un coche? yo creo que si.

3 comentarios :

  1. Chary, que historia más emotiva!!, y lo bien que la cuentas.

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  2. Qué buena historia, Chari!! Yo me acuerdo de todas las matrículas de los coches que hemos tenido y me sé las de mis hijos, los números de DNI, los teléfonos... para algunas cosas tengo buena memoria. Abrazos

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  3. Conozco este coche ..lo recuerdo en una entrada antigua, porque será que hay cosas que aún cuando son materiales forman parte de nuestra hitoria, como siempre La Mar Genial te quiero ... que alejadas ahora no me parecia posible pero igual en mi corazón

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