Tenia 18 años cuando empecé a trabajar.
Acababa de salir del colegio y seguía siendo una niña, ni conocía ni sabia lo que era la picardía ni como debía comportarme en una entrevista de trabajo, era sincera y totalmente transparente, no ocultaba nada porque no sabia que hubiera que hacerlo y mis contestaciones y reacciones eran totalmente espontáneas.
El que fue mi jefe de RR. HH. siempre que hablamos de aquella entrevista decía que ha sido la más surrealista de su vida y quizás por eso siempre estuvo a mi lado y se estableció entre nosotros una relación muy especial.
Me incorporé a la empresa llena de ilusión y optimismo e iba por los departamentos con la sonrisa puesta, saludando a todo el mundo y no tardé en hacer amigos.
Uno de ellos, Vizcaíno, era jefe y llevaba muchos años en la empresa.
A pesar de tener más o menos 50 años, su cara reflejaba algunos más.
Era serio con sus subordinados y había quien le tachaba de antipático, pero con el tiempo se daban cuenta que era pura fachada ¡le encantaba hacer rabiar! Para mi era y es entrañable.
Cada vez que pasaba a su lado me enganchaba a él y llenaba de besos su carita arrugada, él se reía y comenzaba nuestra diaria conversación.
Le contaba todo, del trabajo y de fuera, conocía a mi entonces novio, hoy marido, como si fuera yo misma sin conocerlo personalmente.
Me encantaban aquellas charlas.
Un día el jefe de RR. HH. paso por el departamento de Vizcaíno y allí estaba yo, me llamó con esa cara que quiere ser seria y yo corrí literalmente, hacia él:
- Hola pequeña, quería haberte llamado pero ando muy liado y no puedo perder el tiempo (cara seria pero de contigo hay confianza y puedo prescindir de formalismos) así es que ya que nos hemos encontrado te informo que la nomina de este mes te va ha llegar con una pequeña subida de sueldo.
- ¡¡¡AHHH!!! (grito de felicidad) ¡Gracias jefe!
A esto le sucedió un abrazo en toda regla y un beso de los míos, de los verdad, de los que suenan (siempre me han dicho que mis besos son especiales porque son sinceros, porque suenan a beso y porque los doy de verdad, poniendo los labios en la cara), el consiguiente asombro de los presentes y la sonrisa del afectado por mi entusiasmo.
Estas demostraciones de cariño eran muy mías y las regalaba sin importarme nada más.
Días más tarde mi marido se acercó para que comiéramos juntos y cuando íbamos andando por la calle nos cruzamos con Vizcaíno y yo reaccioné como siempre, me tiré a él le di el beso correspondiente y le presente a mi marido:
- Mira cariño este es el famoso Vizcaíno del que tanto te hablo.
Mi marido encantado de conocerle y sonriendo abiertamente, a Vizcaíno le noté algo raro pero no le di importancia.
Cuando me le encontré más tarde:
- Pequeña eres una cabrona ¿como me haces eso delante de Javier?
- ¿Hacer el qué?
- Plantarme un beso y abrazarme.
- Pero si lo hago siempre ...
- Ya lo sé ¿pero qué va a pensar ?
- Nada ¿qué quieres que piense?
- No sé, ¿no le molesta?
- ¡No! ¿por qué le va a molestar? él me conoce y sabe como soy. Lo malo seria que delante de él me portara de manera diferente ¿no?
- ¿Sabes qué? que tienes toda la razón, perdóname. Te conozco lo suficiente para saber que eres todo cariño y espontaneidad, así que olvídate de esta tontería ¡y ni se te ocurra cambiar!
Años más tarde me incorporé al departamento de mis sueños y seguía siendo la misma, me había casado y había nacido mi hija pero yo seguía siendo igual de risueña.
Poco a poco fui cambiando, me fui escondiendo en mi misma, los juicios y censuras me hicieron caer y quise convertirme en, lo que parece ser, se esperaba de mi. Se acabó la sinceridad, la sonrisa, los besos, los abrazos, la naturalidad, ... y desaparecí.
Mi vida entera ha cambiado pero tengo clara una cosa: quiero recuperar esa 'yo' autentica porque es sana y no hace daño a nadie.
A Vizcaíno.
Gracias por ser tan especial.