Hasta ahora os he contado como fueron e influyeron mis años de escolarización, pero nada de la estancia en mi querido cole y los recuerdos que mantengo de él.
Mi hermano no estaba demasiado convencido, bueno, para ser sincera no le gustaba nada la idea de separarse de mami, pero yo iba encantada y cuando vi que había un tobogán enorme, otro más pequeño, columpios y un puente de esos en el que nos encantaba colgarnos cabeza abajo pensé que mis padres nos habían llevado a la Casa para jugar.
Un colegio femenino que hasta 1º de E.G.B era mixto, por eso mi hermano y yo nos mantuvimos juntos esos años.
Aulas infantiles llenas de color y con el mobiliario adecuado a nuestra pequeña estatura. Juguetes y juegos que las religiosas utilizaban para su divertido y efectivo método educativo.
En los recreos teníamos un inmenso patio para correr en el que había dos canastas de baloncesto y dos agujeros, cerrados a prueba de niños, que servían para instalar la red de Voleibol, y, por supuesto, la zona de los columpios.
Risas, alegría e inocencia, ese es el sonido que recuerdo, las risas.
En Febrero de 1968 fallecía mi padre y aquellas cariñosas y dulces religiosas nos convirtieron en "sus niños". Según entraba por la puerta del cole y veía a Sor Eloísa empezaba a correr hasta que ella me cogía en brazos y me llenaba de besos.
A partir de ese momento nos quedábamos a comer en el colegio ¡Genial! Más tiempo de juegos.
Aquel comedor olía a la rica comida que preparaban las religiosas, expertas cocineras.
Felicidad a pesar de la ausencia que aun no entendía y ni siquiera sabía lo que era, ese es uno sentimientos que recuerdo, la felicidad. Y otro, el cariño.
Llego el año en que mi hermano se incorporó a su nuevo cole, y yo encantada. Estaba harta de que en los recreos se pusiera el baby a modo de capa y con su amigo se tirara al suelo, justo cuando jugábamos a la goma, para vernos las braguitas ¡Pues pronto empezaba!
Y empezamos las clases en el edificio principal. Los pisos altos estaban reservados a las niñas internas que estaban lejos de su casa, y a la residencia de las religiosas. El resto eran aulas. Según avanzábamos de curso subíamos al siguiente piso.
Techos altísimos y puertas que querían llegar hasta ellos, un aula de Ciencias en la que nos recibía un esqueleto y armarios enormes en cada aula, tan grandes que entrábamos cómodamente y que, en alguna ocasión, utilizamos para escondernos de alguna clase. En vez de novillos nosotras nos escondíamos en aquellos armarios. Ya sabéis, deberes que "no habíamos tenido tiempo de hacer" o ser invisibles a la hora de que los castigos llegaran. En uno de esos "escondites" le di un golpe a mi guitarra que tuvo como consecuencia un intento de agujero que aun tiene como recuerdo de aquellos días.
La planta baja era un distribuidor enorme que daba a la capilla, a secretaría y a las escaleras de las aulas. Presidía aquella estancia un gran y oscuro cuadro con el retrato de la Madre Fundadora que nos aterraba porque, según nuestra infantil imaginación, nos perseguía con los ojos. Pero nos podía la curiosidad y en cuanto veíamos el camino despejado allá que íbamos para salir corriendo minutos después. Curiosidad, ese es otro de los sentimientos que recuerdo, una enorme curiosidad.
Pasaron los años y aquel precioso, acogedor y casa de mis felices recuerdos, se derrumbaba para construir un edificio horroroso, reconozco que le tengo manía y cada vez que paso por allí y le veo aparece el mal humor.
El nuevo colegio es moderno y las instalaciones magníficas no puedo negarlo. Bastante más grande que el antiguo, rodeado de pinares y una zona infantil independiente.
Pero ya no había religiosas cocineras, ahora teníamos una especie de auto-servicio que nada tenía que ver con la sabrosa comida que recordábamos. El aula de ciencias es impresionante, pero ya no hay esqueleto. El uniforme nos pareció horrible comparado con aquel cómodo pichi Príncipe de Gales. Y así muchas otras cosas.
Hace unas semanas tenía que presentar unos documentos que se quedaron en casa de mi madre ¿Y qué ocurrió? Pues lo habitual en ella, encontró los de mi hermano, mis notas, las actas, ... pero de lo que yo necesitaba ¡Nada! Tuve que llamar al colegio para ver si podían hacer algo ¡Podían y tenía que ir a recogerlo!
De camino iba nerviosa no sé porque, y cuando llegué me invadieron un montón de sensaciones, los olores, los ruidos, las risas, los adolescentes inconformistas ¡Uf! Mi maquina del tiempo me traslado a un pasado feliz.
Abrí la puerta y me convertí en la niña con uniforme que iba a clase de ...
En secretaria me dieron una copia de los documentos que necesitaba, pero yo quería más, necesitaba poder ver y hablar con la directora.
Cuando llamé por teléfono supe que la nueva directora es Sor Ana que fue mi tutora durante dos años y profesora de física y química, y la paciente religiosa que nos provocaba a debatir, la que me aguantaba cuando renegaba de la existencia de su Dios e imponía la muerte prematura como argumento implacable contra su bondad exigiendo respuestas a la perdida de mi padre. Tenía que verla.
Y la vi, dos besos y un abrazo que no puedo explicar lo que me hicieron sentir. Nos pusimos al día, recordamos y sonreímos.
El famoso cuadro de la Madre Fundadora había desaparecido en un incendio que destruyó parte del colegio.
Hemos quedado en volver a vernos, no dejaré que pasen otros 30 años para sentir ese pasado feliz y recuperar esas sensaciones que me hicieron sentir mariposas en el estomago.
El Colegio Sagrado Corazón - Reparadoras, fue fundado en 1940 en Madrid donde tuvo su sede en la calle Narváez 57, en un pequeño palacete que fue remodelado y ampliado a lo largo de los años para adecuarse a la demanda de escolarización y a las nuevas necesidades educativas de los tiempos. Su oferta educativa desde Parvulario a Bachillerato incluía un nivel académico exigente, una formación basada en la visión creyente y crítica de la sociedad y la vida junto con un estilo cercano y familiar. En 1978 el colegio de Narváez, con su profesorado y parte importante de su alumnado, se traslada a Majadahonda y abre sus puertas el 2 de Octubre.En Septiembre del año 1967 mi hermano y yo entrábamos por primera vez en aquel colegio que mi papi nos había enseñado unos meses atrás. Perfectamente uniformados y con los babys tan impecables como nuestro pelo recién peinado, nos dispusimos a empezar aquella nueva etapa que era una autentica incógnita.
Mi hermano no estaba demasiado convencido, bueno, para ser sincera no le gustaba nada la idea de separarse de mami, pero yo iba encantada y cuando vi que había un tobogán enorme, otro más pequeño, columpios y un puente de esos en el que nos encantaba colgarnos cabeza abajo pensé que mis padres nos habían llevado a la Casa para jugar.
Un colegio femenino que hasta 1º de E.G.B era mixto, por eso mi hermano y yo nos mantuvimos juntos esos años.
Aulas infantiles llenas de color y con el mobiliario adecuado a nuestra pequeña estatura. Juguetes y juegos que las religiosas utilizaban para su divertido y efectivo método educativo.
En los recreos teníamos un inmenso patio para correr en el que había dos canastas de baloncesto y dos agujeros, cerrados a prueba de niños, que servían para instalar la red de Voleibol, y, por supuesto, la zona de los columpios.
Risas, alegría e inocencia, ese es el sonido que recuerdo, las risas.
En Febrero de 1968 fallecía mi padre y aquellas cariñosas y dulces religiosas nos convirtieron en "sus niños". Según entraba por la puerta del cole y veía a Sor Eloísa empezaba a correr hasta que ella me cogía en brazos y me llenaba de besos.
A partir de ese momento nos quedábamos a comer en el colegio ¡Genial! Más tiempo de juegos.
Aquel comedor olía a la rica comida que preparaban las religiosas, expertas cocineras.
Felicidad a pesar de la ausencia que aun no entendía y ni siquiera sabía lo que era, ese es uno sentimientos que recuerdo, la felicidad. Y otro, el cariño.
Llego el año en que mi hermano se incorporó a su nuevo cole, y yo encantada. Estaba harta de que en los recreos se pusiera el baby a modo de capa y con su amigo se tirara al suelo, justo cuando jugábamos a la goma, para vernos las braguitas ¡Pues pronto empezaba!
Y empezamos las clases en el edificio principal. Los pisos altos estaban reservados a las niñas internas que estaban lejos de su casa, y a la residencia de las religiosas. El resto eran aulas. Según avanzábamos de curso subíamos al siguiente piso.
Techos altísimos y puertas que querían llegar hasta ellos, un aula de Ciencias en la que nos recibía un esqueleto y armarios enormes en cada aula, tan grandes que entrábamos cómodamente y que, en alguna ocasión, utilizamos para escondernos de alguna clase. En vez de novillos nosotras nos escondíamos en aquellos armarios. Ya sabéis, deberes que "no habíamos tenido tiempo de hacer" o ser invisibles a la hora de que los castigos llegaran. En uno de esos "escondites" le di un golpe a mi guitarra que tuvo como consecuencia un intento de agujero que aun tiene como recuerdo de aquellos días.
La planta baja era un distribuidor enorme que daba a la capilla, a secretaría y a las escaleras de las aulas. Presidía aquella estancia un gran y oscuro cuadro con el retrato de la Madre Fundadora que nos aterraba porque, según nuestra infantil imaginación, nos perseguía con los ojos. Pero nos podía la curiosidad y en cuanto veíamos el camino despejado allá que íbamos para salir corriendo minutos después. Curiosidad, ese es otro de los sentimientos que recuerdo, una enorme curiosidad.
Pasaron los años y aquel precioso, acogedor y casa de mis felices recuerdos, se derrumbaba para construir un edificio horroroso, reconozco que le tengo manía y cada vez que paso por allí y le veo aparece el mal humor.
El nuevo colegio es moderno y las instalaciones magníficas no puedo negarlo. Bastante más grande que el antiguo, rodeado de pinares y una zona infantil independiente.
Pero ya no había religiosas cocineras, ahora teníamos una especie de auto-servicio que nada tenía que ver con la sabrosa comida que recordábamos. El aula de ciencias es impresionante, pero ya no hay esqueleto. El uniforme nos pareció horrible comparado con aquel cómodo pichi Príncipe de Gales. Y así muchas otras cosas.
Hace unas semanas tenía que presentar unos documentos que se quedaron en casa de mi madre ¿Y qué ocurrió? Pues lo habitual en ella, encontró los de mi hermano, mis notas, las actas, ... pero de lo que yo necesitaba ¡Nada! Tuve que llamar al colegio para ver si podían hacer algo ¡Podían y tenía que ir a recogerlo!
De camino iba nerviosa no sé porque, y cuando llegué me invadieron un montón de sensaciones, los olores, los ruidos, las risas, los adolescentes inconformistas ¡Uf! Mi maquina del tiempo me traslado a un pasado feliz.
Abrí la puerta y me convertí en la niña con uniforme que iba a clase de ...
En secretaria me dieron una copia de los documentos que necesitaba, pero yo quería más, necesitaba poder ver y hablar con la directora.
Cuando llamé por teléfono supe que la nueva directora es Sor Ana que fue mi tutora durante dos años y profesora de física y química, y la paciente religiosa que nos provocaba a debatir, la que me aguantaba cuando renegaba de la existencia de su Dios e imponía la muerte prematura como argumento implacable contra su bondad exigiendo respuestas a la perdida de mi padre. Tenía que verla.
Y la vi, dos besos y un abrazo que no puedo explicar lo que me hicieron sentir. Nos pusimos al día, recordamos y sonreímos.
El famoso cuadro de la Madre Fundadora había desaparecido en un incendio que destruyó parte del colegio.
Hemos quedado en volver a vernos, no dejaré que pasen otros 30 años para sentir ese pasado feliz y recuperar esas sensaciones que me hicieron sentir mariposas en el estomago.