12 septiembre 2011

Mi Nancy y una cicatriz

El interior secreto: Mi Nancy y una cicatriz

El año en que la Nancy vino al Mundo los Reyes Magos me trajeron una preciosa pelirroja, nada que ver con la escuálida Barbie que tanto éxito tuvo poco después.
Nancy tenia unas curvas proporcionadas, sus ojos pestañeaban, me podía pasar horas peinándola y cambiándola el vestuario. Su carita redonda tenia mofletes y era muy decente ¡Tenia braguitas! algo que no se puede decir de la descarada Barbie.
Nancy estuvo muchos años conmigo, tantos que también se convirtió en compañera de mi hija.

No recuerdo exactamente cuantos años tenia, nueve o diez aproximadamente, cuando mi apéndice decidió inflamarse y causarme problemas por lo que tuve que pasar por el quirófano.
Con la inocencia propia de la edad, yo me lo tomé como una aventura ¡Me iban a operar! lo que dejaría una cicatriz de la que luego podría presumir ante mis amigas.

Mi madre y el médico acordaron la fecha y la hora de mi intervención sin que yo pudiera decir nada. El día elegido fue el viernes en el que nos daban las vacaciones de Semana Santa y la hora, las seis de la tarde.

¿Como podía mi madre hacerme esto? Si estábamos de vacaciones ¿Quien iba a venir ha verme a parte de la familia? Pero es que además, mi madre decidió que fuera por la tarde porque por la mañana tenía un examen de matemáticas ¿Qué me fueran a operar de apendicitis no era una excusa perfecta para librarme del examen? Pues no.

Y llegó el día, allí estaba yo, haciendo un examen de matemáticas para luego irme al hospital. De lo único que me libré fue de llevar el uniforme, pero a cambio mi madre me puso uno de aquellos jerseys de lana que picaban como demonios.
No estaba nerviosa, siempre fui valiente en ese sentido, no me asustaban los médicos, quizás porque siempre tuve la suerte de dar con los encantadores, aunque nunca tuve claro si era porque querían ligar con mi madre, un viuda joven y guapísima, o porque yo era una niña muy despierta y simpática, el caso es que me trataban siempre a cuerpo de princesa.
Mi madre vino a buscarme al colegio para llevarme al hospital, y yo que quería el papel de heroína me tocó el de invisible por que mis compañeras se iban de vacaciones y era lo que importaba.

Con un hambre de mil demonios propio de la edad, no podía comer nada porque me operaban por la tarde, nos fuimos hacia el hospital, pero antes mi mami me llevó a una cafetería para ver como engullía un bocadillo con una pinta estupenda ¿Pero es que no veía como se me caía la baba mientras ella no dejaba de dar mordiscos al apetitoso bocata? Ahora cuando lo recordamos no partimos de risa, pero maldita la gracia que me hizo entonces.
Cuando mi madre acabo de comer, yo ya tenia la boca seca y entramos en el hospital para mi ingreso.
Ya en la habitación, vino a verme el anestesista, ¡Dios, que guapo era! ¡Y que joven! ¡Y que encantador! Y yo pasándomelo estupendamente, era pequeña pero no tonta.

La operación fue corta y sencilla y enseguida estaba de nuevo en la habitación. En cuanto me desperté pedí ¡Comer! Pero tampoco me dejaron, tenía que esperar al día siguiente, pero vamos a ver ¿Estoy aquí por la operación o para que me matéis de hambre?
Las enfermeras del hospital eran religiosas y yo les parecía tan graciosa y les daba tanta pena mi carita de hambre, que pensaron que si en vez de agua me daban Coca Cola, a lo mejor me quitaba un poco el hambre. ¡Bien por ellas! Recién operada y la herida en carne viva no se les ocurrió que la Coca Cola me podía producir gases ¡Que es lo que ocurrió! Sólo os digo que a día de hoy bebo Coca Cola de año en año.

Al día siguiente ¡Por fin pude comer! Levantarme y pasear por la planta. Rápidamente las enfermeras decidieron que era una estupenda compañía y me llevaban por todo el hospital presumiendo de niña.
Y por ahí andaba yo cuando mi querido anestesista se pasó a verme con un ramo de flores, cuando llegué a la habitación y me lo dijo mi madre ¡No me lo podía creer!

A los tres días de la operación me mandaron para casa. Yo estaba como si no me hubieran hecho nada, sólo me tiraba un poco si hacia algún esfuerzo, pero era una niña, y además pelín brutita, de vez en cuando mi reciente herida me recordaba que estaba allí, pero rápido se me olvidaba.

Y llegó el día de volver al cole, ¡Y lo hice el mismo lunes que se acababan las vacaciones! No hubo, ¿Como estás? ni ¿A ver la cicatriz? ni ¿Y no te dolió? Nada de nada, de lo único que me libré fue de las clases de gimnasia, pero por poco tiempo.

Aquello merecía una venganza ¿Y quien lo pagó? Pues la pobre Nancy.
Mi hermano y yo organizamos un improvisado quirófano y operamos a la pobre Nancy de apendicitis. La operación fue todo un éxito, que para eso nos apellidamos Cirujano, y sólo le quedó una cicatriz de por vida, como a mí, con sus puntos y todo.

Cuando mi hija le quitaba los trajes a la pobre Nancy y yo le veía la cicatriz, recordaba todo lo que habíamos pasado juntas ¡Incluso teníamos la misma cicatriz! ¿No es eso ser una buena amiga?


9 comentarios :

  1. Pobre Nancy!!!

    Refugiarse en los recuerdos gratos, es una forma de recuperar las fuerzas.

    Un abrazo

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  2. Pobrecita Nancy, pero bueno las amigas están para lo bueno y lo malo.
    Besos
    Nela

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  3. pobre muñequita!!!
    abrazo niña

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  4. jajaja pobre muñequita je jeje

    Cuídate guapa, besos

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  5. Pobre Nancy y, además, tenías la complicidad de tu hermano...
    Con estas entradas te veo por un pequeño agujero y estás sonriendo.

    Un beso mi niña.

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  6. Me has hecho recordar mi ingreso hospitalario por complicación de paperas a los 7 años. Coincidió con mi cumpleaños y me llenaron la habitación del hospital de puzzles, cuadernos, lápices de colores, etc...
    Creo que fue mi mejor cumpleaños, o al menos, es más especial que recuerdo...
    Un abrazo.-

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  7. Un besazo para ti y a la pobre Nancy no sé que decirle. Me alegra que poco a poco todo vaya recomponiéndose. Ya sabes donde estoy.

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  8. ¡¡¡Gracias!!! por compartir los recuerdos

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