En el año 1998 me tocó estar la última quincena de agosto en Portugal por motivo laborales, debido a la Exposición Universal que se celebraba en Lisboa. He de decir que estaba encantada con la idea porque no tenía que estar sola, se vinieron conmigo Javi y nuestra hija. Además Portugal me traía muy buenos recuerdos ya que el viaje de fin de estudios transcurrió por aquellas maravillosas tierras.
El trabajo era "agotador", sólo requería de mi presencia unas pocas horas y no todos los días, así es que nos permitió hacer turismo y pude conocer mucho de lo que me quedó pendiente hacía ya algunos años. Pero a Javi se le acabaron las vacaciones y sólo se quedó una semana, me quedé con el coche para tener más libertad de movimiento y él se marcho en tren. Pero enseguida llegó una amiga y de nuevo las visitas turísticas.
Uno se los sitios imprescindibles y que hay que conocer es el Palacio da Pena en Sintra. Está en lo alto de un monte y el acceso es una estrecha carretera de una única dirección.
Llegamos a la entrada, encontramos un sitio para aparcar y ... ¡El coche se paró!, No, no se caló ¡Se paró! Ni siquiera hacía intento de arrancar.
He de reconocer que a pesar de conducir bien, y no lo digo yo, los secretos del motor nunca los he descifrado, tampoco he puesto demasiado empeño, es cierto, pero ¿Para qué? Si a Javi le encanta mancharse de grasa y tenerlo siempre a punto.
Y allí estaba yo, con mi amiga que no sabe conducir y mi hija de 13 años.
No pasa nada me dije, para convencerme más que nada. Abrí el capó y miré como si supiera que es lo que estaba viendo. Saqué la caja de herramientas que Javi había provisto con todo lo "necesario" y volví a mirar el motor. A parte de pensar que estaba asquerosamente sucio, no encontré el motivo por el que aquella maquina del diablo había decidido amargarme el día. Cualquiera que me viera quedaría convencido de que sabía perfectamente lo que hacía ¡Error! ¡No tenía ni idea y sólo quería pedir socorro!
¿Y qué hace una mujer "inteligente y lista" como yo en esos momentos? ¡Pues llamar a Javi! No al seguro, ni a una grúa, no, a Javi que estaba a cientos de kilómetros pero que es capaz de hacer "milagros."
- ¿Diga?
- Hola cariño, soy yo.
- Hola ¿como estáis? ¿Lo pasáis bien?
- Si, ... mira, ..., verás ... ¡Que el coche se ha parado y no arranca!
- ¡Uf! ¿Y qué quieres que haga yo cariño? Estoy en Madrid.
- Ya lo sé ¡Pero dime que hago!
Sucesivas preguntas y respuestas para ver si adivinaba que le podía ocurrir al desagradecido del coche.
- Bueno, vamos a ver si es esto, mira los bornes de la batería.<
- ¿Qué mire qué?
- Cariño, que si sabes lo que es una batería.
- Si, eso si, pero lo otro que has dicho ¡ni idea!
- Son las conexiones, tú mira la batería y verás que hay una especie de pinzas que la sujetan.
- ¡Siii! aquí están.
- ¿Están blancas? ¿Como si estuvieran sulfatadas?
- Bueno, si, algo así.
- Intenta limpiarlos y aprietalos bien.
- ¡Voy!
- Vale, y luego intentas arrancar el coche.
- ...
- ¡Arranca! ¡Cariño ha arrancado!
- Menos mal.
- Bueno que nos vamos corriendo al alojamiento no sea que vuelva a pararse.
- Muy bien. Luego me llamas para saber que habéis llegado bien.
- De acuerdo. Besos.
Evidentemente mi amiga se quedó sin ver el Palacio, pero yo estaba deseando llegar a nuestro destino cuanto antes.
Lo debí de hacer muy bien porque el coche no volvió a fallar, es más, en el viaje de regreso a Madrid se portó genial. Debió pensar que con una trastada había sido suficiente para mis nervios. Ahora, eso si, no se me ha olvidado lo que es un ¡Borne! y no creo que se me olvide nunca.
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